La Pluma del Conocimiento |
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FILOSOFIA MORALNecesidad de un hombre nuevo(*)Udo Schaefer (**)
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Los
dos grandes filósofos decimonónicos, Friedrich Nietzsche y Karl Marx,
esperaban la llegada de un hombre nuevo.
Nietzsche, que pidió el fin de la “moral esclava” cristiana
y el retorno a la “inocencia de la existencia”, previó la llegada
del “superhombre”. Marx
proclamó el fin de la moral tan pronto como la sociedad fuera
suficientemente moral como para que el hombre pudiera prescindir de la
moral, del Estado y de la religión. El alejamiento del cristianismo anunciado por ambos
pensadores, y puesto ahora en práctica por innumerables personas,
“dio de hecho origen a la decadencia de la vieja moral sin crear un
nuevo ethos social: el nacimiento del hombre nuevo es ahora más
cuestionable que nunca”(1); y sin embargo cada día se hace más
evidente que la supervivencia de la humanidad no es, en el fondo, un
problema de tecnología sino de las concepciones de los valores y
objetivos de los individuos y los pueblos(2) y del advenimiento de una
conciencia humana nueva. Esto
es algo que hoy se reconoce con cada vez mayor claridad.
En su tiempo, Albert Einstein ya se pronunció al respecto:
“Nuestro mundo está amenazado por una crisis de tales dimensiones que
parece haber dejado atrás a aquellos cuyo poder incluye, para bien y
para mal, las decisiones más importantes.
La fuerza liberada del átomo lo ha cambiado todo salvo nuestro
pensamiento. Por consiguiente, nos dirigimos hacia una catástrofe sin
precedentes. Si la
humanidad debe sobrevivir, necesitaremos un modo de pensar
substancialmente nuevo”(3). Resumió
nuestra era como un “tiempo de medios consumados y fines caóticos”(4). El
erudito americano Grover Foley tampoco ve el problema básico de nuestra
crisis existencial en la tecnología, sino en el hombre mismo, que es
tecnológicamente “un gigante, moralmente un enano”(5), que tiene
“el conocimiento de la era atómica y la madurez emocional del
Neandertal”: “Nos hemos convertido en dioses antes de aprender a ser
hombres”(6). Foley pide
un “cambio total en nuestros objetivos y valores, tan radical como una
antigua conversión religiosa”(7), y pregunta: “¿Quién creará un
hombre nuevo para nosotros?”(8).
Su referencia a una “antigua conversión religiosa” indica
que no espera que este cambio trascendental provenga de la ciencia.
Declara con resignación: “La teoría de que la solución final
radica únicamente en la creación de hombres nuevos no es exactamente
alentadora; de hecho es más inquietante que todas las demás
realidades. Comparada con
la tarea de cambiar a los hijos de Adán, la desintegración del átomo
parece un juego de niños”(9). Foley
busca valores nuevos, una nueva ética y una nueva religión.
Este reconocimiento está aumentado.
Carl Friedrich von Weizsäcker pide un “cambio global de
conciencia que comprenda la persona en su conjunto”(10), y, como ya se
ha dicho, Erich Fromm ve la única posibilidad de supervivencia del
hombre en un cambio de conciencia radical y motivado religiosamente, en
un pensamiento nuevo, en un hombre nuevo(11). El
hombre nuevo, lo único en que podemos situar nuestras esperanzas si
queremos escapar al impulso que, como un ratón, nos aproxima a la
autodestrucción, al deseo paranoico de extinción y a la catástrofe
preprogramada, es un hombre capaz de sobrevivir, adaptado a las nuevas
condiciones. Con seguridad
no será la “personalidad emancipada”, el ser humano que está
alienado de todas las normas y las convicciones religiosas, sin moral ni
Weltanschauung. Lo que ya existe puede ser destruido con el arsenal de
actitudes negativas a su disposición, tales como la desconfianza, la búsqueda
del conflicto, la crítica negativa y la impaciencia por la acción
(12), pero no puede construirse nada nuevo con ello. Tampoco
la ciencia puede crearnos al hombre nuevo.
Hay algunas teorías disparatadas sobre la posibilidad de
engendrar un nuevo tipo de ser humano por medios biológicos, por
ejemplo manipulando los genes o, como Heinrich Himmler vanamente
imaginara en la organización de la SS, mediante la selección racial.
Estas ideas proceden de una concepción materialista del hombre
que lo reduce a su naturaleza biológica e instintos animales.
La manipulación de los genes o la ilusión de la selección
racial son incapaces de contribuir al asunto de que se trata, que es el
de un modo de pensar substancialmente nuevo: “Mens agitat
molem”(13). “El espíritu
da forma al cuerpo para habitarlo”(14). La
ciencia no puede acusar un cambio de conciencia ni discernir nuevos
modelos de valor, y mucho menos establecer modelos absolutos. Las religiones reveladas son las que siempre han triunfado en
llevar a cabo un cambio en el hombre.
Cada una de ellas ha causado un cambio así y ha producido un
nuevo tipo de hombre, ha reorientado la vida de la comunidad hacia
objetivos y valores nuevos, venciendo así lo que estaba socavando a la
sociedad, a saber, el pensamiento antagónico sobre las cuestiones
centrales de la vida, el pluralismo de opiniones no comprometidas y el
carácter no obligatorio de todas las normas y objetivos
NOTAS: (*)
El presente artículo ha sido extraído de la siguiente fuente
bibliográfica: Schaefer, Udo. "El
Dominio imperecedero". Editorial Bahá'í, Barcelona, España,
1988. (1)
Erich
Kellner, en Religionslose Gesellschaft, Prefacio, p. 11 (2)
Cualquiera
que piense: “Primero está la comida, después la moral” (Bertolt
Brecht, La ópera de tres reales) puede observar que en un futuro no
demasiado lejano sin moral no habrá más “comida”. (3)
Citado
de Josef Rattner, Psychologie des Vorurteils, p. 10, con una lista de
fuentes de información. (4)
Citado
de J. Schwartländer, “Der Tod undie Würde des Menschen”, p. 10. (5)
“Una
raza de enanos imaginativos, que pueden alquilarse para cualquier
cosa” (Bertolt Brecht, Galileo, escena 14). (6)
“Sind
wir am Ende?”, p. 741. (7)
Op.
Cit., p. 749 (8)
Op.
Cit., p. 747. (9)
Ibid (10)
Wege
in der Gefahr, p. 137 y sgs. (11)
¿Tener
o ser?, pp. 162-3. (12)
“Las
extendidas diferencias que existen entre la humanidad y el predominio de
la sedición, la controversia, el conflicto, etc., son los factores básicos
que provocan la aparición del espíritu satánico.
Sin embargo, el Espíritu Santo siempre ha rehuido estas
cuestiones. Un mundo en el
que no se percibe más que lucha, peleas y corrupción, está destinado
a convertirse en la sede del trono, la misma metrópolis, de Satanás”
(Bahá’u’lláh, Lawh-i-Maqsúd, Tablas, p. 206-7). (13)
Virgilio,
La Eneida, Libro VI, 727. (14)
Friedrich
y Schiller, Wallenstein, Acto 3, escena 13
(**) Abogado. Escritor. Miembro de la Comunidad Bahá'í de Heidelberg, Alemania. http://www.udoeschaefer.com/home.htm |
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